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jueves, 9 de febrero de 2012

Diario de una Inquietud (trigesimo tercera entrada)


TRIGÉSIMA TERCERA ENTRADA

En cuestiones de presentimientos procuró no hacerselos llegar a Marian en ningún momento, no quiero preocuparla innecesariamente, ya tuvo la pobre bastante con ser golpeada por una serie de prostitutas furiosas a las que por cierto la policia aún a fecha de hoy no ha logrado identificar, pero añadirle a tal la repetición todas las noches de la misma pesadilla, no resulta señal de coincidencia. Habrá quien lo pueda juzgar este hecho onírico a la situación de alteración sufrida que hace que el inconciente nos lo devuelva pese a que queramos olvidarlo.
Os explicaré mejor en que consiste el sueño, no se si llegaré a ser todo lo acertado posible, debéis de tener en cuenta que tan solo reproduzco aquello que mi pareja me cuenta. Por lo visto me dice que siempre comienza de la misma forma. Ella misma mirando por una ventana hacia un campo que parece ser de cafetales (que curiosamente nunca ha visto en persona, simplemente por imágenes televisivas), luego se coloca frente a un espejo con intención de peinarse, cuando la imagen que refleja no es la suya propia, sino la de una señora como de unos cincuenta años que va demasiado maquillada y de la que apenas consigue distinguir sus facciones.
Fuera aparte del impacto visual de sentirse como otra persona, comienza a oír una tremenda algarabía como de mujeres gritando. Sale de la habitación y ve a través de la escalera de lo que parece ser una lujosa mansión de época (similar a las que aparece en las telenovelas sudamericanas) que un tumulto de gente, la mayoría jovenes de color o en su defecto mulatas, armadas con palos y cuchillos se le aproximan.
En lugar de ir, pese al deseo irrefrenable de su subconciente, parece que su cuerpo la empuja contras las masas no sin antes dirigirse a ellas en un tono autoritario :“Acaso no sois capaces de venir solas a por mi”. Pero no obtiene respuesta, tan solo una lluvia de golpes que siente como si fueran reales, incluso puede notar como le clavan armas punzantes por los costados. No deja de moverse en la cama hasta que suelo despertarla para tranquilizarla. No es un hecho ocasional, son todas las noches...demasiado
He querido hacerle olvidar todo, no quiero que viva atemorizada, no quiero que siga soñando lo mismo, incluso he llegado a organizar una comida familiar para distraerla, pero su abuelo tuvo que mostrar aquella maldita foto...

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