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viernes, 24 de junio de 2016

La peculiar mujer del decapitado (Capítulo 4 de SERIOpata)


CAPÍTULO 4

Si uno está dispuesto a dar con un asesino primero ha de conocer a su víctima. No me bastó con el informe de más de treinta folios donde con todo lujo de detalles se narraba vida, obra, y milagros del decapitado que me habían enviado gentilmente desde la policía local, lugar donde trabajaba el fallecido y que había sido redactado por sus compañeros. Yo necesitaba conocer de primera mano sus costumbres, sus manías, sus miedos, fobias y filias, y para descubrirlo nadie mejor que su propia esposa.
Concerté una cita con ella, ya tendría tiempo luego para entrevistarme con sus compañeros de la policía local para ver si eran capaces de confirmar o desmentir aquello que ellos mismos habían escrito en el informe que casualmente, no lo dejaban en buen lugar sobre su capacidad a la hora de cumplir con su deber de agente, pese a la reiteración en el texto de que “era muy buena gente”.
Además, en honor a la verdad, siendo totalmente honesta, traté de postergar la visita al piso donde residía el contacto que suministraba la droga para vender al policía muerto, siempre según el informe. Todo el mundo me había hablado de la barriada del Cerro del Moro como un lugar inhóspito y peligroso...
La casa familiar se situaba en una barriada con ambiente de pueblo donde todo el mundo parecía conocerse entre si. Si no recuerdo mal creo que de nombre Puntales. Si algo me sorprendió de aquel piso fue la cantidad de fotografía colgadas por las paredes, todas con motivos carnavaleros. Era como si sufriese de horror vacui. Aunque quizás me sorprendió más ser recibida por la esposa en bata de boatiné, o como dicen en Cádiz, guatiné, y zapatillas de fieltro.
—Antes de comenzar deseo darla mi más sentido pésame, además de agradecerle su colaboración para aclarar la muerte de su marido—dije tras presentarme como la encargada de la investigación.
—Se lo agradezco, pero no estoy para muchos interrogatorios...
—Comprendo a la perfección sus circunstancias, pero su declaración puede sernos de gran ayuda. No le tomaré mucho tiempo.
—Está bien—aceptó mientras soltó un hipido.
Aquel acto de dolor me pareció un tanto forzado, aunque no era yo quien para evaluar el dolor de nadie. Cada cual tiene sus formas de vivir sus pesares, mucho más en una ciudad tan particular como Cádiz.
—¿Notó alguna actitud o comportamiento extraño en los últimos tiempos de su marido?
—No. Él siempre ha sido el mismo. Un hombre alegre, divertido—balbuceó.
—¿Sabe si tenía algún enemigo? ¿Había tenido algún enfrentamiento con alguien?
—Imposible. Mi Fer, se llevaba bien con todo el mundo. Era el policía más querido de todo Cai...
—No sé si usted era consciente de que su marido traficaba con estupefacientes.
—¿Estupefa...que?
—Drogas, señora—le aclaré.
—¡¿Pero qué clase de gilipollez es esa?!
—Tenemos pruebas de su implicación en la venta de hachís—traté de mantener la serenidad. —Negar la evidencia no nos ayudará a aclarar nada.
—¡Por el amor de Dios!¡¿Cómo puede hablar de tráfico por pasar unos porrillos a chavales?!¡Los porrillos no hacen daño a nadie!
—Trate de calmarse señora—me asusté al verla a tan solo a un palmo de mi cara. De no ser por una cuestión laboral, hubiese huido de aquel piso sin tan siquiera mirar atrás. —Tan solo tratamos de aclarar su muerte. ¿Sabía quién le suministraba el material y si había tenido algún problema con él?
—¡¿Problemas con Kimi?! Pero si ese hombre es un amor. No hacía ni dos semanas le había regalado el abono del Cádiz y una camiseta de Mágico González—fui anotando todos estos datos para posteriormente poder contrastarlo.
—¿Su marido tenía relación con los carnavales? —pregunté sin pensarlo al recordar el kazoo.
—¿A qué viene esa pregunta?
—No sé, en el mundo ese de los carnavales según he oído hay rencillas—traté de salir del paso.
—Si por rencillas quiere decir pique, si que los hay, pero todo en broma—me aclaró. —Además mi Fer salía en una chirigota ilegal, precisamente con Kimi. Con esas chirigotas nadie se enfada.
—¿Chirigotas ilegales? ¿Hay que tener licencia para salir?
—Como se nota que usted no es de aquí—comentó ante mi cara de estupefacción. —Chirigotas ilegales son las que salen por las calles. Las oficiales son las que participan en el concurso del Teatro Falla. Ahí si hay más rencillas.
—Muchas gracias. En cuanto tengamos más datos le informaremos—me despedí saliendo del domicilio con más dudas de las que había entrado.

Si tal como afirmaba la mujer, no había sido un ajuste de cuentas por temas de drogas, ¿quién narices podía haber sido? No pude descartar aún ese tema hasta que hablase con sus compañeros de la policía local e investigase a fondo a ese tal Kimi, pero sin duda debía de abrir otras vías de investigación diferentes a estas.

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